Un día cualquiera, mirando por la ventana, esa ventana, ves los árboles empezando a enseñar las primeras hojas de esta primavera, de fondo una canción, de las de antes, de un grupo, de los de antes, y te pones a pensar...y te das cuenta de que lo que antes tenía una gran importancia, ahora pasa sin más, de que los problemas son menos problemas, y de que hoy día hay cosas más importantes y que te preocupan más que antes. Te ves haciendo cosas que pensabas que nunca harías, y cosas que antes ocupaban parte de tu tiempo, ahora se vuelven banales.
El tiempo pasa más deprisa, mucho más, y ves pasar los meses que antes se hacían eternos, con una rapidez que a veces asusta. Ves como cambian las prioridades en tu vida, y como esos problemas que en tu adolescencia te hacían llorar, resultan absurdos al lado de los motivos por los que puedes llegar a llorar ahora.
Pero también piensas en el pasado, cuando cualquier mínimo problema se convertía en un mundo, cuando la amistad era más intensa, esos momentos en los que estudiar e ir a clase ocupaba parte de tu tiempo, y en los que soñabas con ser mayor. Momentos en los que nunca pensaste, que al ser mayor, pensarías en ese pasado, y te encantaría volver, al menos por un momento, a hacer las cosas de manera diferente, y a disfrutar de esos momentos únicos, en que el mayor problema era ver que llevar a clase, solucionar alguna peleilla con alguna de tus amigas, o quejarte porque tus padres te dejaban quedarte menos por la noche que a tus amigos.
Nadie dijo que crecer fuese fácil.
Madurar, cambiar...y ver que el tiempo vuela.
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